Cristo tiene que entrar hoy con látigo en mano al templo de nuestros Organismos Internacionales y nuestros Estados y expulsar de ellos a todos esos mercaderes que sólo buscan el propio provecho e interés financiero o de prestigio, queriendo condescender con todas las ideologías de moda; y no sólo condescender, sino también apoyarlas y promoverlas con dinero, en los medios de comunicación y desde los escaños de los Parlamentos. Sólo así, purificados por la sangre de Cristo, nuestros Estados serán constructores del bien común y buscarán medidas para ayudar a los pobres, garantizar la paz y la justicia. Sólo así, nuestros Estados sabrán que el dinero debe servir y no gobernar (Evangelii Gaudium 58). Sólo así, desaparecerán los males cristalizados en estructuras sociales injustas y podremos esperar un futuro mejor (Evangelii Gaudium 59). Sólo así nuestros Estados crearán el clima para la tolerancia verdadera, el respeto y el diálogo, más allá de toda diferencia en campo político, económico, filosófico o religioso, evitando todo tipo de discriminación, recelos y enfrentamientos con los que no comparten nuestros mismos valores y nuestra misma visión de la vida.