COMIENZA EL ADVIENTO

Adviento es un tiempo bello de esperanza para la venida del Señor, para transformarnuestro mundo en el Reino de Dios, para divinizarlo, haciéndolo una nueva

creación,porque “si alguno está en Cristo,nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todasson hechas nuevas (2 Cor 5, 17). Y el que estaba sentado en el trono dijo: “He aquí, yo hago nuevas todas las cosas” (Apc 21, 5). El Señor hace nuevas todas las cosas porque él las llena de sí mismo, es decir, todos los que creen en él, son bautizados, y lo imitan.

Adviento es el tiempo de la encarnación, el misterio en que Dios asume nuestra naturaleza, nuestra humanidad, para vestirse de ella, llenándola de sí mismo, de sudivinidad, de su esplendor, y así divinizándola, haciéndola nueva y resplandeciente. Así es el mundo transformado en el Reino de Dios, iluminado desde dentro, llenado del amor divino y “del conocimiento del Señor, como las aguas cubren el mar” (Is 11, 9). En Adviento nos preparamos para esto, para que el lobo more con el cordero en nuestra  tierra, y el leopardo con el cabrito (Is 11, 6), y para que Dios resplandezca «en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo” (2 Cor 4, 6). Dios nació en nuestra naturaleza, en nuestra humanidad, en nuestra carne,iluminándola, divinizándola, llenándola de esplendor.Es por ello que hay tanto esplendor en nuestra observancia de Adviento y Navidad.

Es porque vemos un reflejo en la tierra durante Adviento y Navidad de este esplendor divino. Vemos este esplendor porque durante Adviento nos purificamos con san Juan el Bautista en el desierto. En el desierto nos vaciamos de la superficialidad de este mundo, para poder ser llenados del esplendor divino y de la paz celestial. Y siendo llenados así de su divinidad, somos iluminados y transformados para vivir en el amor divino y compartirlo con todos. Así participamos en la transformación del mundo en el Reino de Dios, un Reino pacífico, lleno del conocimiento y de la experiencia del amor divino.

Debemos vivir en alegre expectativa para la venida del Señor. Es un encanto de esperanza en que estamos invitados a vivir. Y no queremos romper este encanto. Más bien queremos abundar “aun más y más en ciencia y en todo conocimiento” (Fil 1, 9), para ser “sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia” (Fil1, 10-11).

¡Qué alegría estar ya irreprensibles delante de Dios por los méritos de Cristo, listos ya para el día de Jesucristo, para este día de alegría y gloria, este día de esplendor y luz!

Podemos crecer en este amor divino al amar a nuestro prójimo, porque “Dios es amor; y el que permanece en amor, permanece en Dios, y Dios en él” (1 Jn 4, 16).