18 de octubre EL DOMUND

Este domingo, de capital importancia para la Iglesia nos solidarizamos con todos nuestros misioneros. Rezaremos por ellos y le enviaremos , como donativo para que puedean siguir su labor, todo el dinero que recojamos en las misas. Os invito a ser generosos con ellos.

Palabra, Luz para los Pueblos


Domingo Mundial de las Misiones – Domund 18 de octubre de
2009

 

La Palabra de Dios
siempre ha sido y será luz para toda la
humanidad. Sólo Jesucristo puede iluminar y
alumbrar en medio de las tinieblas que ha
oscurecido el pecado, del ser humano, en medio
de la noche. Pero no hemos de temer la luz
vencerá a las tinieblas. En la historia de la
humanidad aquellos que han sabido acoger con
ilusión y entrega la Palabra de Dios se han
convertido en pequeñas estelas de luz que nunca
se apagará. Pensemos en la Virgen María y en la
multitud de santos que han jalonado la historia.
Todos han mostrado el rostro de la auténtica
vida en aquel que es la Vida. En mí tiempo de
seminarista recuerdo que la Palabra de Dios me
fascinaba de modo especial y tanto en los
momentos litúrgicos, la Eucaristía como centro y
cumbre, como en los momentos de oración personal
resonaba en mi interior una Voz que nada ni
nadie ha podido silenciar. Me encontraba y ahora
me encuentro tan aliviado y tan fortalecido que
siempre he dicho y diré con orgullo que sólo en 

la Palabra hallo mi descanso. La fuerza que da
la Palabra de Dios es tan intensa que se vencen
todas las tentaciones si nos ponemos como el
leño al calor y fuego de la lumbre.

 

1.- La Palabra de
Dios es comparable al Cuerpo de Jesucristo y así
lo refieren los PP. de la Iglesia: “mi
refugio es el evangelio, que es para mí como la
carne de Cristo” (San Ignacio de Antioquia, Ad
Philadephensis, 5)
. Escuchándola y
asimilándola para vivir produce frutos
abundantes. No es una palabra hueca y sin
contenido como suelen ser las palabra nuestras.
Es un auténtico encuentro con Jesucristo que nos
habla, comprende, alienta y fortalece. Es tan
importante en la experiencia humana que cuando
los no creyentes escuchan de nuestra boca los
dichos de Dios admiran su belleza y su grandeza;
pero si luego se dan cuenta cómo nuestras obras
no corresponden a nuestras palabras, entonces se
escandalizan.

 

Para respirar el
aroma de Jesucristo, la Palabra debe ser para
nuestra vida como el oxígeno para los pulmones.
Ella hace posible que la muerte no sea la
victoria sino la vida: “Yo os aseguro el que
acepta mi palabra, no morirá nunca” (Jn 8, 51)
.
Tengo muy presente lo que me sucedió cuando aún
era un sacerdote recién estrenado y fue
siguiendo la experiencia de un joven que estaba
muy enfermo de cáncer: toda su cara, su rostro,
era un cúmulo de bultos y de horrible aspecto.
La enfermedad hacía que su aspecto de
desfigurara y su forma era todo lo contrario a
un ser humano. Le asistí espiritualmente durante
más de dos meses. Poco a poco fue adentrándose
en la vida de oración; recibió los sacramentos
junto con toda su familia y al final murió.
Nunca había visto un rostro tan feo y horrible
pero sus ojos eran los más hermosos y bellos. La
luz de la gracia de Dios era más luminosa que la
oscura fealdad corporal. El día que le dimos
sepultura inmediatamente me fui a rezar ante el
Sagrario en un templo y allí le dije al Señor:
“sólo por estos dos meses me hubiera hecho
sacerdote.” En mi interior resonaba la Palabra
de Dios: “a quienes les perdonéis los pecados,
Dios se los perdonará” (Jn 20,23).
La fuerza
de la Palabra de Dios me ha sostenido siempre y
sólo en ella he encontrado sentido no sólo en mi
vida sino mucho más en mi sacerdocio. Soy eco de
esta Palabra a la que nunca deseo abandonar.

 

2.- Los frutos que
produce la Palabra son abundantes. Ante todo nos
da una forma de vida especial. Donde se vive la
Palabra con autenticidad se encuentran personas
con una viveza especial: sensibles a todo lo que
se refiere a Dios, resueltas ante los problemas,
dispuestas a servir sin poner condiciones,
abiertas a la acogida y sus rostros expresan la
alegría de quien está enamorado. Son los efectos
que deja siempre la Palabra que hace discípulos:
“Si os mantenéis fieles a mi palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos; así conoceréis la
verdad y la verdad os hará libres” (Jn 8 31-32)
.
Recuerdo a aquella joven que un día decidió
entregarse al Señor y se fue a un Monasterio de
vida contemplativa. La familia, las amistades y
personas que la rodeaban quedaron mudas y sin
saber qué decirla; más bien los consejos iban
dirigidos para que desistiera y se quedara con
su familia. Ella, a pesar de todo, se decidió y
entró como aspirante a la vida monástica. Se
sintió libre para seguir en la vocación que
sentía en su interior. La felicidad invadió su
vida y después, cuando iban a visitarla, todos
quedaban impresionados de la alegría que
embargaba su alma.

 

Quien se adhiere a
la Palabra provoca la unidad. Se conoce la
experiencia de San Cipriano que, en el tratado
sobre la “Unidad” que se ocupa de la unidad de
la Iglesia y de modo especial en la ciudad de
Cartago, hace constantes llamadas a vivir la
Palabra del evangelio pues es la única que como
roca fuerte sostiene la vida de la Iglesia. No
hay verdadera experiencia cristiana si no se da
la comunión que es la condición previa para la
auténtica evangelización: “Yo en ellos y tú
en mí, para que lleguen a la unión perfecta, y
el mundo pueda reconocer así que tú me has
enviado” (Jn 17, 23).

 

Quien se fía de la
Palabra hace posible que en su vida habite Dios:
“El que me ama, se mantendrá fiel a mis
palabras. Mi Padre los amará, y mi Padre y yo
vendremos a él y viviremos en él” (Jn 14, 23)
.
La misión nace de una experiencia y de un
encuentro con Jesucristo y siempre requiere
antes que anunciar el evangelio estar muy
seguros de poder entablar una relación de
amistad profunda con el que se va a anunciar:
Jesucristo. El anuncio tiene como base el
encuentro y si este se da ni siquiera se
requiere hablar porque el testimonio es ya
anuncio. Lo que me motivó en mi juventud a
entregarme al Señor no fueron las predicaciones
que oí sino la experiencia y testimonio del
sacerdote de mi pueblo y de las gentes sencillas
que conocí. Pero la lectura de la historia de
los Santos me llenaban el corazón y ellos me
invitaban a seguir con alegría e ilusión el
evangelio de Cristo. La misión es dejarse guiar
por la Luz de la Palabra y ella hará auténticos
milagros.

 

+Mons.
Francisco Pérez González

Arzobispo de
Pamplona y Obispo de Tudela