Domingo de la Santísima Trinidad

Foto de Roque Pérez Rivero.

REFLEXIÓN DE LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Es…píritu Santo» (Mt 28,19)

En este domingo celebramos una de las Solemnidades más importantes dentro del Año Litúrgico. Tras celebrar el domingo pasado la venida del Espíritu Santo sobre la Iglesia el día de Pentecostés, en el día de hoy la Iglesia nos regala un día para contemplar al Señor como realidad de Tres Personas que viven en perfecta relación armónica de amor.

El Señor se manifiesta hoy como el único Dios verdadero, un Dios que quiere que sea feliz, que tenga vida. Así, dirá el mismo Jesucristo en el Evangelio de San Juan: «Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10); «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).

Así, el Señor me hace una llamada a conversión, porque muchas veces uno cae en los engaños del maligno que te hace creer que la vida está en postrarse ante los ídolos que él te presenta en el mundo: «Todo esto te daré si postrándote me adoras» (Mt 4,9) invitándome el Señor hoy a estar unido a Cristo para poder responderle al maligno como Él respondió: «Apártate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, y sólo a él darás culto» (Mt 4,11).

Me conduce esta Palabra a hacer un examen de conciencia y a pedirle al Señor que me ayude en el combate que se me presenta diariamente, rumiando la palabra que transmite Dios hoy en la primera lectura: «Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda los preceptos y los mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz, tú y tus hijos después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor tu Dios te da para siempre» (Dt 4,39-40).

Porque lo que el Señor desea de mí, es que sea feliz. Él se dona enteramente a mí y a toda la humanidad para que tenga Vida Eterna. Dios no es un Dios pasivo, indiferente, sádico, ante mi sufrimiento y el sufrimiento de tantas personas que viven en el mundo. Dios nos ama: «Tanto

amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16).

Así, no sólo se nos invita a contemplar y a adorar a Dios como criaturas suyas que somos, sino que la buena noticia que nos trae el Señor hoy es que se nos invita a introducirnos en esa realidad Divina acogiendo a Jesucristo a través del Espíritu Santo: «La Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios» (Jn 1.14.12).

Porque, tal y como nos dice S. S. Benedicto XVI: «La teología y la espiritualidad de la Navidad usan una expresión para describir este hecho: hablan de admirabile commercium, es decir, de un admirable intercambio entre la divinidad y la humanidad. San Atanasio de Alejandría afirma: «El Hijo de Dios se hizo hombre para hacernos Dios» (De Incarnatione, 54, 3: PG 25, 192), pero sobre todo con San León Magno y sus célebres homilías sobre la Navidad esta realidad se convierte en objeto de profunda meditación. En efecto, el Santo Pontífice, afirma: «Si nosotros recurrimos a la inenarrable condescendencia de la divina misericordia que indujo al Creador de los hombres a hacerse hombre, ella nos elevará a la naturaleza de Aquel que nosotros adoramos en nuestra naturaleza» (Sermón 8 sobre la Navidad: CCL 138, 139).

Así, el Señor me invita a tener un corazón agradecido por tantos dones que me concede diariamente, pero sobre todo, por el don de la Fe, y el don de Sí mismo, que es el mayor tesoro que se pueda recibir en la vida. Tal y como nos dice San Pablo en la segunda lectura: «En efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados» (Rm 8,14-17).

Es una buena noticia que me llena de alegría y de estupor. El Señor me ama y me invita nuevamente a acoger hoy este don, que es Él mismo. Mientras rezo y medito estas palabras de San Pablo, vienen a mi mente y a mi corazón otros versículos de San Pablo que me producen dolor, vergüenza y, al mismo tiempo, me invitan a darle gracias al Señor por tan gran amor: «¡Oh insensatos gálatas! ¿Quién os fascinó a vosotros, a cuyos ojos fue presentado Jesucristo crucificado? Quiero saber de vosotros una sola cosa: ¿recibisteis el Espíritu por las obras de la ley o por la fe en la predicación? ¿Tan insensatos sois? Comenzando por espíritu, ¿termináis ahora en carne?» (Gal 3,1-3).

Si el Señor ha venido para que tengamos vida, y vida en abundancia (Jn 10,10), ¿por qué seguir engañado viviendo tras los ídolos. Hoy el Señor pronuncia una palabra clave para mi vida: «Huid de la idolatría» (1 Co 10,14). Porque no reside la felicidad en ser amado, en ser tenido en cuenta, en que se haga la propia voluntad, en tener dinero, placer o poder. La felicidad auténtica reside en amar como ama Dios, en vivir como Hijos de Dios. Así, decía S. S. Benedicto XVI: «La prueba más fuerte de que estamos hechos a imagen de la Trinidad es ésta –aclaró–: sólo el amor nos hace felices, pues vivimos en relación, y vivimos para amar y para ser amados» (S.S. Benedicto XVI, Ángelus 7 de junio de 2009).

De ahí el mandato que nos hace el Señor en el Evangelio hoy nuevamente: «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28,19), y no por simple y mero proselitismo, sino para que el que crea, tenga vida eterna, experimente el amor de Dios y la regeneración que Cristo puede llevar a cabo en su vida. Así, dirá San Pablo: “Caritas Christi Urget Nos” (2 Co 5, 14). Es urgente. Hay demasiado en juego. Mucho más que un mero reparto de poder político territorial: «Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,3).

Por tanto, hoy es un día de Fiesta en que el Señor me recuerda algo que rezo todos los días en las diversas oraciones y me invita a detenerme a meditarlo, a rezarlo. El Señor me recuerda el fin para el que me ha creado y para el que me ha dado la fe: Darle Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Recemos para que no caiga en vano la Gracia de Dios y para desear SER UNO con Cristo, y así, siendo UNO CON ÉL, ser UNO CON DIOS, por medio del Espíritu Santo, en la Iglesia, ya que el mismo Cristo dice: «El Padre y Yo somos uno» (Jn 10,30); «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14,9). Pues, como decía la Madre Teresa: ¡Quien me vea a mí, que solamente te vea a ti, Jesús!». Feliz domingo de la Santísima Trinidad