El misterio de Cristo. La concepción virginal del Señor conduce la mirada al misterio de Cristo. La fe en la verdadera encarnación del Hijo de Dios es el signo distintivo de la fe cristiana. El «Emmanuel», es Dios con nosotros, es Dios mismo quien se reviste de carne humana para poder salvarnos de la muerte y del pecado. Él ha sido concebido en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo. En Cristo se tiene la plenitud de la revelación. En Cristo se cumplen todas las promesas y se revela el misterio escondido del que habla San Pablo. El vaticano II afirma: «La verdad íntima acerca de Dios y acerca de la salvación humana se nos manifiesta por la revelación en Cristo, que es a un tiempo mediador y plenitud de toda la revelación». Y confirma: «Jesucristo, el Verbo hecho carne, ´hombre enviado a los hombres´, habla palabras de Dios (Jn 3,34) y lleva a cabo la obra de la salvación que el Padre le confió (cf. Jn 5,36; 17,4). Por tanto, Jesucristo, con su total presencia y manifestación, con palabras y obras, señales y milagros, sobre todo con su muerte y resurrección gloriosa de entre los muertos, y finalmente, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la revelación y la confirma con el testimonio divino. La economía cristiana, como la alianza nueva y definitiva, nunca cesará; y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo (cf. 1 Tm 6,14; Tit 2,13)». (Conc. Ecum Vat. II, Const. dogm. Dei verbum, 2). Estas verdades fundamentales hacen sólida nuestra fe y nos ayudan a comprender la riqueza de nuestra vocación cristiana de frente a tantas otras propuestas y creencias de salvación.